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-¿Podría decirme, por favor si la, ...? -comenzó a decir con cierta timidez, dirigiendose a la Reina Roja.
-¡No hables si no te preguntan! -dijo ella interrumpiendola con brusquedad.
-Bueno, pero si todo el mundo siguiera esa regla -objetó Alicia, un poco molesta y con ganas de discutir-; es decir, si nadie hablase hasta que alguien le preguntara algo, nadie diría nada, pues no se daría nunca la pregunta.
-eso es ridículo-gritó la reina-¿Es que no te das cuenta, niña que...? -Y entonces se interrumpió, frunciendo el ceño, y se dispuso a cambiar el tema de la conversación -¡ Con qué derecho te atribuyes el título de reina!...¡Entérate que para ser reina se requiere aprobar el correspondiente examen!; así que más vale poner manos a la obra, pues el tiempo apremia.
-Yo solamente quise decir que...! -se excusó Alicia, con gran humildad.
Las dos reinas se miraron de una manera significativa para ellas, y la Reina Roja, con un cierto estremecimiento, observó:
-Ella pretende haber dicho que si fuese reina...
-Pero ella ha querido decir mucho más que eso -dijo la Reina Blanca, frotándose las manos con entusiasmo o nerviosismo-, ¡mucho más que eso!
-Pues sí, así es, y tú lo sabes perfectamente -dijo la Reina Roja a Alicia en un tono de reproche-; las reglas son: Primera: Decir siempre la verdad... Segunda: Siempre pensar antes de hablar... Tercera: Escribir con buena letra.
-¡Pues yo estoy segura de que nunca quise decir...! -comenzó a decir Alicia, a modo de defensa, pero la Reina Roja le cortó la palabra.
-¡Eso es precisamente lo que se te reprocha!: que nunca quisiste decir nada... A ver, dime, ¿para qué sirve una niña que no quiere decir nada?... Hasta un chiste quiere decir algo..., y una niña, supongo, es más importante que un chiste; eso no podrías negarlo, aunque lo jurases con ambas manos.
-¡Yo no juro con las manos! -dijo Alicia, molesta.
-Yo no he dicho que lo hagas -dijo la Reina Roja-, lo que yo dije es que no podrías aunque quisieras.
-La actitud de esta niña -observó la Reina Blanca, es la típica de la persona que quiere negar algo..., ¡pero no sabe qué negar!
-¡Y vaya que tiene mal carácter! -agregó la Reina Roja, y después se hizó un incómodo silencio que duró varios minutos
Por fin la Reina Roja rompió el silencio al dirigirse a la Blanca:
-Te invito a la cena que da Alicia esta noche.
Entonces la Reina Blanca esbozó una sonriza cómplice y dijo a su vez:
-Y yo te invito a ti.
-Bueno, ¡pues ahora me entero de que daré una cena! -dijo Alicia entre sorprendida y molesta-; pero si soy yo la que va a dar la cena, creo que deberia ser yo la que invitara a la misma, ¿no creen?
-Estamos siendo muy condescendientes contigo, pero cre que te hacen mucha falta lecciones de buenos modales -observó la Reina Roja.
-Los buenos modales no se aprenden con lecciones -objetó Alicia-; las lecciones son para aprender a hacer cuentas, y cosas por el estilo.
-¿Y tu sabes sumar? -preguntó sarcástica la Reina Blanca-; a ver: ¿cuanto es uno más uno, más uno, más uno, más uno, más uno, más uno, más uno, más uno, más uno?
-Pues no lo sé -dijo Alicia, desconcertada-; ya perdí la cuenta.
-¡No es capaz de hacer una simple adición! -dijo la Reina Roja-... ¿y que tal una sustracción?: resta nueve de ocho.
-¿Nueve de ocho?, ¡imposible! -contestó Alicia muy segura.
-¡Tampoco sabe restar! -dijo la Reina Blanca-; ¿sabrás entonces hacer una división?..., a ver divide un pan entre un cuchillo... ¿cuál es la respuesta?
-Bueno..., supongo... -comenzó a decir Alicia, pero fue interrumpida por la Reina Roja- Se obtienen tostadas de pan con mantequilla, por supuesto... a ver, probemos con otra resta: Si a un perro le quitas un hueso, ¿qué queda?
Alicia reflexionó un rato.
-Desde luego que no queda el hueso, ya que lo hemos tomado del perro... Y es de suponerse que el perro tampoco va a quedarse tan tranquilo, puesto que le hemos quitado un hueso, por lo que intentará morderme... ¡Así que al final yo tampoco me quedaría!
-Sucede entonces que no queda nada?
-Si, creo que esa es la respuesta -dijo Alicia.
-¡Pues como siempre te equivocas! -le gritó la Reina Roja-. El perro perdería la paciencia, ¿no crees?
-Pues..., sí, creo que sí -respondió Alicia, con cautela.
-Entonces, si el perro se aleja, lo que queda es solamente la paciencia -dijo la reina, en un tono triunfal.
Reflexionando, Alicia dijo con la mayor serenidad que pudo:
-¿Y si fueron por caminos distintos? -pero no pudo dejar de pensar en la cantiad de tonterías que se estaban diciendo.
-¡La verdas es que no tienes la menor idea de las operaciones matemáticas!- dijeron a coro las reinas.
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